Amor materno-filial

Aparcada ya la Navidad, nos podemos permitir el lujo de echar la vista atrás para desechar de nuestra retina las imágenes más vergonzantes de todo el año. Más que nada porque la bebida corre a raudales y podemos ingerir la que deseemos sin necesidad de decir basta. Lo malo viene cuando mezclamos ese regusto ligeramente amargo de la resaca con el dulzor de la falsedad navideña, porque le pasa como al vino con el refresco de cola, que el dolor de cabeza dura un rato (¡Ay, qué pena, paisanos, que a Vinos El Gordo le han echado el candado!).
“¡Román, déja de liarnos con metáforas etílicas y ve al grano, odo!” ‘Enga cansinos, que ni al propietario de este sitio le dejáis un poquito de estilo… A lo que iba: Que tíos, primos, abuelas, bisnietos y cuñaos son un verdadero latazo, no sólo por los lazos (que también), sino porque parece ser que la Navidad llega con un bono de parientes bajo el brazo. Y eso que las familias ya no son lo que eran (N.B.: En un conteo groso modo, concluyo que por cada niño hay de media seis ancianos), que si no más de uno pedía un ingreso voluntario como legionario!!!
Y digo: ¿Acaso no tengo bastante tengo con mis padres? Todas las navidades el mismo rollo… “Desagradecido… Juerguista… Crápula… Borracho… Impresentable… Informal… Desconsiderado…” Y yo, boquiabierto y con la misma cara de tonto que pone Jordi ENP, me digo “¿Y yo qué habré hecho? ¿Celebrar la Navidad con ellos?” Acto seguido decido subirle el volumen a mis pensamientos existenciales: “¿Tendré que invertir mi verborrea interna en administrar un poco de amor a estos asuntos terrenales?” (Nota para navegantes: La cosa no es querer a la gente porque sí, como yo hago a todas horas, en inverno o en verano, sino que lo parezca en el momento adecuado)… Dicho y hecho, me pongo al quite. Les doy cera, jabón, lo que ellos quieran. Que brille, que se note… “¡Menudo relumbrón!” “¡Eso es!” “¡Tu sí que sabes!”… Pero al cabo de un rato, ese tañido de cariño explosivo bastante forzado queda en segundo plano.
Y es que el amor auténtico poco sabe de fechas, de abrazos falsos. El cariño se mama, se entrega porque sí, de golpe y porrazo. Desde que nacemos hasta que otros nacen, se instala una entrega mutua que, aunque a veces no destila muchas muestras explícitas, sí que gira y gira, bien por un lado, bien por otro. En sentidos opuestos pero con la misma dirección.
Eso es lo que nos cuentan Germano Zullo y Albertine en Mi pequeño, un libro-álbum que ha sido editado en castellano (¡y eso que no tiene muchas palabras) por la editorial Limonero, y que no me extraña que recibiera el reconocimiento en la Feria de Bologna, porque esta historia de amor entre madre e hijo bien lo merece.